HUSIPUNGO
HUASIPUNGO
de Jorge Icaza
ENSAYO
Don Alfonso Pereira, su esposa doña Blanca y la hija
de éstos llegan a la hacienda de Cuchitambo por dos grandes motivos: económicos
y sociales. A causa de sus malos negocios y de las deudas en que ha
incurrido, así como los préstamos que ha pedido, don Alfonso se encuentra en la
miseria y debe aceptar la propuesta de su tío. La misma supone cambios
drásticos en el manejo del latifundio, que ahora pertenece, así como los huasipungueros a
los inversores extranjeros. La desgracia social que la bancarrota implica
para los Pereira se ahonda: su hija, soltera, una niña de 17 años, está
embarazada nada menos que de un cholo; un “cholo
por los cuatro costados del alma y del cuerpo”
Los cambios que los inversores requieren en la
hacienda tienen que ver con la tierra cultivable: para una mejor producción, es
necesario desalojar a los huasipungueros y reubicarlos en un área no sólo
normalmente castigada por la naturaleza, sino también factible de ser arrasada
por la creciente. A la vez que debían reubicar sus chozas, los
huasipungueros debían arar y cultivar las laderas, hasta ese momento auténticos
pedregales. En estas operaciones, Andrés Chiliquinga sufre un accidente
que lo deja rengo, y, al decir de don Alfonso, un indio rengo vale menos.
Los indios son, efectivamente, desalojados por la fuerza, y sus huasipungos corren
la suerte son arrasados por la creciente.
A pesar de los reiterados pedidos de socorro ante el
patrón y su esposa, y el mayordomo, sus reclamos no son atendidos. Ni
siquiera el sacerdote se conduele de los indios, sino que por el contrario, los
regaña por su ingratitud hacia el patrón y sí mismo, auténticos representantes
de Dios según dice ante los indios. El sacerdote les reclama la pereza y
falta de caridad cristiana: en lugar de ir a pedir socorro a la iglesia por
haber perdido todas sus posesiones, deberían dar dádivas y hacer misas en
agradecimiento a la bondad que los patrones y el sacerdote les
demuestran. La situación de los huasipungueros se torna desesperante: sin
techo ni comida, sin socorro alguno por parte del patrón o el sacerdote, llega
la orden de (un segundo) desalojo. A esto le siguen más reclamos aún que
obtienen, como única respuesta, latigazos. Los colonos, liderados por
Chiliquinga entre otros, se levantan y atacan la hacienda. Don Alfonso
pide socorro a su tío, quien desde la ciudad envía a las fuerzas armadas para
reprimir a los indefensos colonos. Los pocos que sobreviven a la masacre,
sufren las duras represalias de los patrones y el mayordomo.
Es necesario señalar la crudeza de la novela.
Esto se hace evidente en las diversas descripciones de las condiciones de vida tanto
de adultos como de niños Icaza describe vívidamente a los bebés indígenas y el
enfajamiento, señalando que de esa manera permanecen todo el día, en medio de
sus propias heces, las condiciones de trabajo, las relaciones familiares y el
carácter transitivo del abuso y la violencia, el hambre, las violaciones a los
derechos y a la persona misma, etc. Imágenes como la violación/abuso de
la pulpera y las indias, la hambruna que ciega al punto de comer carne podrida,
el trato abusivo del cura y el suministro de los ritos pura y exclusivamente
pago previo, son algunas de las escenas en las cuales Icaza se detiene
extensamente, ya sea a través de la narración o del diálogo. El narrador
observa, testifica. Aun cuando parecería un observador imparcial, su mirada
misma expresa el juicio del narrador, de Icaza, entre otros ante una situación
insostenible.
RESUMEN PERSONAL.
Jorge Icaza Coronel
(10 de junio de 1906 - 26 de mayo de 1978) fue un novelista ecuatoriano. Mejor
conocido como el Ñaño. Después de graduarse en la Universidad Central del
Ecuador, en Colombia trabajó como escritor y director teatral.
Alfonso Pereira es
dueño de una hacienda en huasipungo a la cual no iba, pues prefería vivir en la
ciudad con su esposa e hija y tener una vida hasta cierto punto cómoda. La hija
de Alfonso Pereira, dueño de Cuchitambo —la hacienda donde transcurre la
acción—, va a ser madre. El padre busca entre las indias una nana para el bebé
y elige a Cunshi, la mujer del protagonista, Andrés Chiliquinga. El indio,
creyéndose abandonado por Cunshi, va a trabajar al monte y pierde una pierna en
un accidente.
Al enfrentamiento entre el indio y el patrón, que es inevitable componente social, se aúna uno nuevo: el patrón pretende seducir a Cunshi. Asimismo, la mayoría de los indios es enviada a construir una carretera con la cual los amos, el inversionista extranjero, el juez y el cura del pueblo serán los únicos beneficiados. En cambio, Chiliquinga ha sido encargado para ayudar en las obras junto con sus compañeros, lo que los obliga a soportar largas jornadas de trabajo y la actitud despótica del capataz, incluso hasta arriesgar sus vidas y perderlas.
Al enfrentamiento entre el indio y el patrón, que es inevitable componente social, se aúna uno nuevo: el patrón pretende seducir a Cunshi. Asimismo, la mayoría de los indios es enviada a construir una carretera con la cual los amos, el inversionista extranjero, el juez y el cura del pueblo serán los únicos beneficiados. En cambio, Chiliquinga ha sido encargado para ayudar en las obras junto con sus compañeros, lo que los obliga a soportar largas jornadas de trabajo y la actitud despótica del capataz, incluso hasta arriesgar sus vidas y perderlas.
El río crece con las
lluvias y las obras de construcción de la carretera se interrumpen. La
corriente arrasa el sitio por donde debía pasar la carretera e inunda huertas y
casas de los indios. El hambre casi los vence y para alimentar a sus familias
deciden, Chiliquinga entre ellos, desenterrar el cadáver de una res muerta en la
inundación.
Chiliquinga, desesperado, debe afrontar una vez más la evidente separación de los mundos de blancos e indios; su esposa muerta no puede ser enterrada en el cementerio de la iglesia si el cura párroco no recibe una fuerte suma. Andrés roba entonces una res para conseguir el dinero que garantizaría el entierro de Cunshi, pero es severamente castigado por el patrón.
Lleno de indignación, Andrés congrega a la indiada enardecida, y se desatan la violencia, la venganza y el asesinato, descargando así el cúmulo de odio y rencor tanto tiempo reprimidos. Andrés toma desquite del teniente político y de don Alfonso, cuya hacienda él y los suyos asaltan, pero en donde no había nadie, pues los amos han huido a Quito. Ya sólo quedan unos pocos rebeldes, entre ellos Andrés Chiliquinga y su hijo, quienes se refugian en una choza junto con otros compañeros. De repente, advierten que el techo es pasto de las llamas; ese incendio es el preludio de una muerte segura. En un heroico alarde de orgullo y soberbia, Andrés torna a su hijo en brazos y, angustiado se entrega a las balas gritando: "¡Ñucanchic huasipungo” De pronto, como un rayo, todo enmudeció para él, para ellos.
El párrafo final, lleno de poesía, denuncia el abuso, la opresión, el sufrimiento ancestral, y documenta la desesperada voluntad de luchar para terminar definitivamente con ello.
Chiliquinga, desesperado, debe afrontar una vez más la evidente separación de los mundos de blancos e indios; su esposa muerta no puede ser enterrada en el cementerio de la iglesia si el cura párroco no recibe una fuerte suma. Andrés roba entonces una res para conseguir el dinero que garantizaría el entierro de Cunshi, pero es severamente castigado por el patrón.
Lleno de indignación, Andrés congrega a la indiada enardecida, y se desatan la violencia, la venganza y el asesinato, descargando así el cúmulo de odio y rencor tanto tiempo reprimidos. Andrés toma desquite del teniente político y de don Alfonso, cuya hacienda él y los suyos asaltan, pero en donde no había nadie, pues los amos han huido a Quito. Ya sólo quedan unos pocos rebeldes, entre ellos Andrés Chiliquinga y su hijo, quienes se refugian en una choza junto con otros compañeros. De repente, advierten que el techo es pasto de las llamas; ese incendio es el preludio de una muerte segura. En un heroico alarde de orgullo y soberbia, Andrés torna a su hijo en brazos y, angustiado se entrega a las balas gritando: "¡Ñucanchic huasipungo” De pronto, como un rayo, todo enmudeció para él, para ellos.
El párrafo final, lleno de poesía, denuncia el abuso, la opresión, el sufrimiento ancestral, y documenta la desesperada voluntad de luchar para terminar definitivamente con ello.
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